En 2010 el Festival Internacional de Cine de San Sebastián estrenaba Elisa K, una película basada en la novela Elisa Kiseljak de la escritora barcelonesa Lolita Bosch. Dirigida por Jordi Cadena y Judith Colell, trata un tema que desgraciadamente es demasiado actual, los abusos a menores. Es horrible ver en las noticias un caso tras otro de abusos a niños, y hablar de éstas pesadillas en lenguaje cinematográfico también es una buena manera de denunciarlo y condenarlo. En la película que he escogido para retratar este mal de la sociedad, la víctima es una niña de 10 años, Elisa, hija mediana de una familia acomodada, que es violada por un amigo de su padre. La película está dividida en dos partes diferenciadas: la primera, en blanco y negro, se centra en la infancia y adolescencia de Elisa, y la segunda, en color, muestra la juventud y el despertar del recuerdo del abuso.
En la primera parte somos sólo espectadores de la vida de Elisa (interpretada por Clàudia Pons) y su familia de padres separados, mientras un narrador nos explica lo que sucede como si nos contara un cuento. El padre vive en la ciudad y la madre en una casita de campo, y es en los días que pasa en casa de su padre cuando a Elisa le arrebatan la virginidad en una secuencia donde no se ve nada pero se intuye todo porque el narrador nos ha preparado previamente para este momento. En casa del padre, el hijo mayor está en la terraza mientras Elisa, el padre y el amigo ven la tele aburridos. Es en esta situación cuando se produce la violación: de fondo se oye una música húngara que sale del televisor pero sólo vemos al hijo mayor columpiándose en la terraza en un columpio que chirría cada vez más fuerte hasta que se rompe la cadena, imagen del punto culminante del abuso. A partir de este momento Elisa olvida todo lo ocurrido hasta catorce años después.
La segunda parte recupera el color, desaparece el narrador y el espectador se mete de lleno en la vida de Elisa catorce años mayor, ahora interpretada por Aina Clotet. Vemos una joven Elisa ya independizada y compartiendo piso con una amiga, que cuando menos se lo espera y sin ningún motivo aparente recuerda el momento en que fue violada de niña. Este recuerdo escabroso la azota con una violencia extrema y da como resultado una escena desgarradora que nos deja sin aliento. En dos escenarios, la cocina y el baño, la actriz catalana llora sin consuelo posible, ahogada de dolor hasta que rompe el espejo del baño y camina descalza por encima de los trozos. Este es el momento más duro, cuando nos damos cuenta que los cortes del cristal contra los pies son menos dolorosos que el recuerdo que la sacude. Después de esta escena sin música, sólo con el llanto de Elisa clavándose en la mente del espectador, el filme recupera la calma hasta el desenlace final, cuando exorciza el demonio de la violación confesándola a su padre.
La dureza de un tema como los abusos a menores queda bien retratado en las dos partes de Elisa K, que trasmite con acierto dos sentimientos de las víctimas: el silencio y el dolor. Por un lado, el blanco y negro frío y distante de la niñez robada de Elisa, y por el otro, el color que acompaña y complementa la explosión de dolor que interpreta Aina Clotet de manera magistral. Una película que retrata la realidad de las víctimas de abusos y nos ayuda a comprender, aunque sea sólo un poco, de qué manera les cambia la vida.