Alberto Marini se lanza a la dirección, con una amplia experiencia en cine como escritor y productor, con una película de terror, cuatro actores protagonistas, animales y niños. Uno de los títulos más esperados de este año, Summer Camp cuenta la historia de dos chicas americanas que van a pasar el verano en un campamento de verano para niños enseñando inglés como monitoras junto a otros dos chicos españoles. El plan se trunca cuando, el día antes de abrir el campamento, una epidemia parece haberse instalado en la casa, haciéndoles cambiar de humanos a zombis/bestias con hambre de carne humana sin razón aparente.
La premisa inicial nos planea un espacio interesante con un hilo conductor que nos engancha y nos mantiene atentos hasta el final. Diego Boneta, Maiara Walsh y Jocelin Donahue forman el trío protagonista de monitores que sufren esa extraña mutación con tiempo limitado. La combinación de incisos y de sutilezas tiene un papel principal en la películas, donde se puede entender el causante de la epidemia casi desde el principio. La película sigue bastante los cánones de las películas de terror donde hay un objeto o un elemento que tiene poca importancia, pero que se menciona, y que termina siendo la fuente de todos los problemas en el momento en que todo parece volver a la normalidad. El elemento alterador, y que Marini ha dosificado magistralmente en un giro en el final de la película, muestra la intención de buscarle realismo al hecho, de tener que responder un «¿por qué?» y que acaba en una escena explosiva de terror. Por otro lado, el juego que se desarrolla entre los tres en tiempos de afectación y de recuperación aporta un matiz divertido a la historia y relaja el ambiente cuando el espectador va pillando la idea.
Todo empieza como una terrible historia con afectados, bastante previsible y muy en la línea de todo el cine para adolescentes, para terminar siendo un viaje de un grupo de colgados con consecuencias más allá de su círculo.