Jan, con sus gafas rojas, corre detrás de la pelota en la playa jugando con su padre. Cuando nació, seis años atrás, su padre no sabía si podría jugar a fútbol con él porque, aunque se lo confirmaron un mes más tarde, los padres ya sabían que su hijo tenía síndrome de Down. Desde que Jan llegó a la realidad de Bernardo y Mónica, el padre (director y productor de cine) ha grabado su vida año tras año y ha documentado cómo es el día a día de un niño con síndrome de Down; un viaje francamente emotivo que podéis curiosear en el blog que también empezó a escribir entonces. Y de todo este material, pero sobretodo de la experiencia vital de la familia Moll Vic, ha salido esta película, La historia de Jan, que se estrena el 4 de noviembre en la gran pantalla.
Entré en el cine Verdi de Barcelona con ciertas reticencias y mirando de reojo el film que estaba a punto de empezar. La historia de un niño con síndrome de Down filmada desde el día de su nacimiento me olía a drama, a aburrimiento y a lagrimita fácil. No podía estar más equivocada, afortunadamente. La cinta, narrada por la madre de Jan a partir de los textos que el padre escribe en el blog, recorre seis años a través de los momentos más importantes y especiales de la vida del niño, tanto buenos como malos. Porque en la vida hay de todo, con síndrome de Down o sin él. Vemos cómo hacen terapias de psicomotricidad, cómo le enseñan a mantenerse sentado, a desplazarse sin hacerse daño, a responder a los estímulos, los primeros días de la escuela infantil, las noches de fin de año y los días de reyes… Pero sobretodo vemos cómo en el entorno de Jan todo es amor y perseverancia tenaz. Los padres de Jan no se rinden aunque el camino es difícil. Toda la familia —y los padres más que nadie— se vuelcan con Jan para ayudarlo a crecer, a aprender y a hacerlo feliz. Es un niño que, aunque va a otro ritmo, es como cualquier otro, y esto es precisamente lo que transmite la película, que quiere visibilizar y normalizar el síndrome de Down y cómo se vive y se trata para darles la mejor vida posible. Sin dramas ni tragedias, sólo una inmensa muestra de coraje en un documento imprescindible para familias que viven la misma situación y para gente que —como yo— desconocemos absolutamente el mundo de esta discapacidad intelectual.
Salí del cine gratamente sorprendida porque en ningún momento del film aparece la típica pregunta de ¿por qué a nosotros?, ni hay más lágrimas de las necesarias, ni drama sobreactuado. Los padres no se hacen preguntas, sencillamente aceptan la realidad (¡qué fácil es decirlo!) y miran esperanzados hacia el futuro. La historia de Jan no alecciona sino que enseña, con todos los altos y bajos inevitables, una realidad que muchas veces ignoramos. Lo confieso, me sorprendí a mí misma con los ojos húmedos en más de una ocasión, y no era por la música de ahora toca llorar ni por el momento de guion de ésta es la frase que te llega al corazón. Nada de eso. Lo que emociona realmente es la verdad que desprende el film. Los miedos, las angustias, las alegrías y las risas que, al fin y al cabo, son las mismas para todo el mundo se mezclan con la aceptación, el aprendizaje y la superación que viven día tras día los padres. Y es esta verdad la que hace que sea muy fácil empatizar con ellos, con Jan, y con una vida que cambió radicalmente el 4 de noviembre del 2009.
Hace tiempo que leí está opinión sobre «La historia de Jan» y me encantó. Quise escribir algo y con la vorágine del estreno se me pasó. Hoy he vuelto a dar con ella y no quería pasar sin agradecerte el haberla hecho. Gracias por tu tiempo, por ir a ver la película y por este bonito y sincero escrito. Un fuerte abrazo. Bernardo el papá de Jan.