En el pasado Festival de Gijón pudimos ver uno de los films más elogiados y esperados de este año 2015, El hijo de Saúl, el brillante debut de László Nemes que hasta ahora sólo conocíamos por haber sido asistente de Bela Tarr. El film comenzó su andadura por festivales en Cannes dónde se alzó con el prestigioso premio del gran Jurado y el premio FIPRESCI que otorga la crítica internacional. A partir de ahí todo ha sido elogios, premios y grandes críticas, que han llevado László a lo más alto del panorama cinematográfico internacional.
El hijo de Saúl es otro film sobre el holocausto judio, pero a la vez pretende no parecerse a ninguna otra. De todos es conocido cómo los nazis industrializaron la muerte en terribles campos de concentración que cada vez acumulaban más muerte y brutalidad. Una sombra en la historia de Europa que tantas veces se ha visto representada en el cine. Sin embargo un debutante ha sorprendido al mundo entero volviendo al tema desde un nuevo prisma. En vez de narrar el horror de Auschwitz visto desde la comoda perspectiva, László prefiere agarrarse de manera radical al protagonista del film Saúl: Un prisionero Judio encargado de quemar a su propia gente en un campo de concentración. Condenado por su propia conciencia, busca mantener la cordura intentando salvar de los hornos a un niño al que toma por su hijo. A pesar de la muerte del niño, Saúl se obsesionará con enterrar de manera tradicional al niño en vez de una fosa por lo que buscará un rabino que pueda oficiar el entierro. A la vez Saúl se verá arrastrado por sus compañeros que planean un motín contra los nazis con funestas consecuencias. En principio uno podría pensar que El Hijo de Saúl no parece aportar nada nuevo al genero. Sin embargo, László se pega a la nuca de su protagonista, para trasladarnos de lleno al horror del holocausto. Dejamos atrás la comodidad del espectador observador para adentrarnos en una narración casi subjetiva que nos hace sentir la claustrofobia y el horror como un preso más que acompaña de manera magnética a Saúl. Vemos la muerte y la locura tan cerca y tan veloz como la puede llegar a percibir nuestro protagonista. En algunas escenas este tipo de narración resulta tan caótica como asfixiante. La desesperación de Saúl por encontrar un rabino no ayuda a calmar la ansiedad que produce el film, es más, la tarea se torna tan obsesiva que promueve a que cualquier preso finja ser religioso con tal de alejarse de las fosas. Hay una escena que brilla con más sombra que ninguna otra, en la que junto a Saúl somos conducidos a una noche que sacada del mismísimo infierno, dónde las muertes se acumulan entre sombras y lloros y dónde nadie esta a salvo, muchísimo menos nuestro acompañante Saúl.
Tenemos que remontarnos a 1985 para encontrar un film similar a El Hijo de Saúl, con Masacre Ven-y-Mira de Elem Klimov, que narraba las terribles experiencias de un niño ruso durante la II Guerra Mundial. Su estilo visual y su insistencia en los primeros planos borda una historia tan horrorosa y traumática que se te queda pegada a la memoria como un fango imposible de olvidar. Las moscas. La muerte. El horror. Al igual que en Masacre Ven-y-Mira, László Nemes opta por una fotografía en 4:3, que tan de moda se ha puesto últimamente, para encerrar la mirada del espectador, para que este no pueda distraerse ni dejar de mirar. De su maestro Bela Tarr (Satantango), aprende la manera de pegarse a la espalda del protagonista en vez de buscar los primeros planos que iluminaron al cine de Hollywood. Sin duda László Nemes ha hecho los deberes de manera formidable, no solo admitiendo las mejores influencias, sino añadiéndoles un toque personal lleno de madurez y buen pulso. El Hijo de Saúl es por derecho propio uno de los mejores films de 2015 y no nos cortamos en admitir que también es uno de los debuts más sorprendentes de la historia del cine.